Tenía la piel de color negro -¡eso seguro!- y según la tradición era una mujer muy inteligente, muy poderosa, muy bella y gobernó durante el s. X a.C. sobre un territorio muy extenso: el Reino de Saba (actual Norte de Etiopía, Dyibuti y el Yemen).
Según la Biblia, Makeda visitó al rey Salomón en Jerusalén porque quiso conocer aquel hombre cuya fama de sabio le precedía. Por su parte, el sabio rey Salomón también conocía de la fama y la belleza de la Reina de Saba pero tenía entendido que las mujeres de este reino tenían los pies como las cabras: peludos y con pezuñas.
Así que, cuando Makeda llegó en Jerusalén, el rey Salomón la hizo entrar en una estancia de su palacio cubierta con un palmo de agua. La reina no tuvo otra opción que recoger el bajo de su túnica de colores para no mojarse y el agua tranquila y transparente hizo de espejo. Makeda tenía los pies pequeños, muy femeninos y con la piel muy fina, sin pelo ni pezuñas.

El rey Salomón sonrió y decidió entonces alojar a la reina en su palacio con una única condición: la reina no podría coger nada del palacio sin pedir antes permiso por ello. Y ella accedió. A cambio, ella le comentó a Salomón que era virgen y que no quería perder para nada ese tesoro. Los dos soberanos empezaron así un pulso de astucia. Makeda y su séquito fueron obsequiados esa noche con un fastuoso festín: cenaron carne asada con multitud de especias, sopas saladas y quesos.
A media noche, Makeda se despertó sedienta y se recordó de la cena anterior, deliciosa pero cargada con tantas y tantas especias. Cerca de su cama había una jarra con agua fresca y la reina de Saba no dudó en servirse un vaso bien frío. Glu, glu, glu… justo cuando terminó apareció en el aposento el mismísimo rey Salomón quien le gritó “¡Te he pillado! No has pedido permiso para beber agua. Ante tu incumplimiento no puedo hacer más que incumplir yo también”. Y del incumplimiento de esa promesa nació una noche de amor y pasión.
Al cabo de nueve meses, Makeda dio a luz a un niño a quien puso por nombre Menelik y a quien la tradición reconoce como el Primer Emperador de Etiopía.
En Jerusalén, y en motivo de una visita a su padre, Menelik I aprovechó para extraer a escondidas el Arca de la Alianza que se encontraba dentro del Templo que hizo erigir su padre, el rey Salomón. Se la llevó entonces de regreso a la ciudad Axum, la capital de su reino, donde hoy día aún está custodiada. De hecho, está depositada en una capilla anexa a la catedral de Nuestra Señora de Sión y solamente puede entrar un monje elegido.
Gente de poca fe… ¡sabemos perfectamente que estáis pensando! Pero… ¿no preferís quedaros con la duda? ¿El Arca de Alianza está dentro de esta capilla?
IRENE CORDÓN

Elba dice
Muy interesante la historia narrada.
Mauri Hernández dice
Gracias Elba por su comentario.