Pertenecientes al grupo étnico surmic, cuentan los ancianos larim que en la antigüedad ellos fueron uno de los clanes de la etnia murle. Durante un festejo, su clan fue invitado para degustar una sopa acompañada de carne de gacela pero la cantidad de carne resultó tan escasa que terminó suponiendo una ofensa para los larim. A raíz de aquel episodio, decidieron abandonar para siempre la sociedad murle y emprendieron una nueva vida hacia el oeste. Hasta que finalmente se asentaron en una gran sabana salpicada por gigantes de roca: las colinas Boya.
A los pies de esas colinas, las casas de los larim aportan una nota de color especial al paisaje. Construidas con palos, ramas y barro, sus hogares albergan uno de los valores culturales más significativos de esta etnia: la pintura. Mediante el empleo ancestral de pigmentos naturales a base de arcillas y piedras molidas, los larim decoran las paredes de sus casas con sorprendentes motivos geométricos. Una tradición aplicada también a través de la técnica del pirograbado, sobre utensilios como cucharas, hachas y cuencos de calabaza empleados para beber el sorgo.

Una faceta artística que va más allá de la simple decoración de sus posesiones materiales. Orgullosos de su estética tradicional, son varios los larim que aún visten sus tradicionales pieles de gacela decoradas con vidrios y casquillos de balas. Otros muchos llevan marcadas en sus pieles una gran variedad de escarificaciones, que evocan desde formas tribales o animales hasta armas modernas. Estas últimas, probablemente heredadas de sus vecinos los toposa.
A día de hoy unos 25.000 individuos componen la sociedad larim. Viven fundamentalmente de la ganadería, la agricultura, la caza y la pesca. El maíz, el sorgo y las alubias son la base de su alimentación. La posesión de reses representa el estatus social, la riqueza y como consecuencia, la posibilidad de pagar la dote que les permitirá contraer matrimonio. La gestión del ganado y las técnicas de caza son los aprendizajes más importantes transmitidos de generación en generación. El conocimiento más importante heredado de sus ancestros, a quienes consideran presentes en la tierra a pesar de haber fallecido.

Con ellos y con sus dioses se comunican a través de los rituales. En ocasiones para pedir consejo, para dar la bienvenida al paso de la niñez a la madurez, para preguntar qué les deparará el futuro, para pedir protección para su ganado o para invocar la lluvia.
Así son los larim, también conocidos como Boya. Un pueblo que conserva sus tradiciones del pasado al abrigo de las montañas que les vieron nacer y que hoy reciben la visita de aquellos que desean experimentar un viaje en el tiempo.