
Formada por casi 100.000 individuos, la sociedad Lopit vive repartida en unas 50 aldeas a lo largo de las montañas que llevan su propio nombre. A día de hoy siguen siendo uno de esos pueblos nilóticos de cuyo origen sabemos poco, aunque según parece llegaron hasta Sudán del Sur procedentes de las orillas del lago Turkana, en Kenia.
Afincados en la provincia de Torit, en el estado de Eastern Equatoria, los Lopit viven fundamentalmente de la agricultura tradicional, la recolección y la caza. Entre otros muchos alimentos, cultivan sorgo, maíz, calabaza, mijo, patatas dulces, mangos y nueces de karité. En el interior de sus bosques recolectan miel y raíces de bambú. Y una vez finalizada la época de cosecha, preparan durante 4 semanas una gran jornada de caza en la que llegan a participar hasta cientos de cazadores. La primera presa es ofrecida al rey, mientras los ancianos se reservan el derecho exclusivo a comer los órganos de los animales abatidos.

Sin embargo, no es la tradición cinegética el elemento cultural de gran valor de los lopit. De la misma forma que los toposa desarrollan su vida alrededor del pastoreo, los larim se caracterizan por su destreza artística y los mundari por la veneración hacia sus vacas sagradas, los lopit marcan la diferencia en su amor por la música, la poesía y el baile.
La transmisión de conocimiento de este pueblo es 100% oral y por ello, la música, la poesía y los bailes representan un valor fundamental para la conservación de su cultura. A golpe de tambor, los lopit practican más de 10 tipos de bailes que protagonizan diferentes festejos y rituales. Entre ellos encontramos el bura, baile tradicional con el que se festeja la muerte de un ser querido, el lam con el que se celebra el final de la jornada de caza o el Hitobok con el que se anuncia la preparación para la guerra.
De entre todas las ceremonias, tres son las más relevantes para el pueblo lopit: el dure horwong, el hodwo y la hijira.

Los dos primeros son los rituales destinados a marcar el paso de la niñez a la adolescencia tanto para niños como para niñas. Durante el dure horwong, los niños permanecen aislados y acompañados por el líder espiritual de la comunidad, quien les transmitirá la cultura de sus ancestros y el significado de ser un verdadero lopit. A su vez, a la edad de los 14 años, las niñas asisten a la ceremonia del hodwo. Un festejo que marca su paso a la adolescencia y en el que las mujeres ancianas educan a las jóvenes de la aldea, en todo aquello que la comunidad espera de ellas. Ser capaces de participar en los rituales lopit, trabajar la tierra, cosechar, acarrear agua, hacer la crema de karité y extraer aceites naturales a partir de frutos, entre otras muchas tareas.
El tercero de ellos, la hijira, consiste en la celebración del relevo generacional de los monyomijis. El grupo de líderes que gracias a su sabiduría y experiencia vital ha sido designado por la comunidad para tomar las decisiones de gobierno más importantes. Dependiendo de la aldea, entre cada 12 y 22 años se celebra este ritual en el que una nueva generación de monyomijis ocupa la posición de liderazgo. Ellos representarán la nueva autoridad en la aldea y serán responsables tanto del cuidado y la protección de las nuevas generaciones, como de los monyomijis eméritos.
Este es el relato de uno de esos pueblos que canta a los cuatro vientos la historia de su cultura, que a golpe de tambor ensalza con orgullo su identidad y que al ritmo de sus danzas nos invitan a vivir una experiencia inolvidable.