Afincados a unos 75 kilómetros al sur de Yuba, capital de Sudán del Sur, los mundari se han convertido en la etnia por excelencia para todos aquellos amantes de la fotografía antropológica. Identificarlos resulta sencillo con solo observar las escarificaciones en forma de V que ocupan la parte central de sus frentes.
Pero si hay algo que distingue a este pueblo de los demás, es el amor y veneración que profesan hacia sus reses, las ankole watusi, el ganado de los reyes. Durante la estación seca las agrupan por miles, repartidas en campamentos de ganado, a lo largo de las orillas del Nilo Blanco. Inmersas en una orquesta de mugidos, incontables astas recortan los cielos naranjas del amanecer mientras los mundari cantan a sus vacas preferidas: “Pronto migraremos en busca de nuevos pastos…”. Así es como comienza el día en un campamento de ganado.

La vida mundari es el ejemplo extremo de la ganadería sostenible. Los más jóvenes recogen el estiércol de las reses y preparan decenas de montones a los que los adultos prenden fuego. De esta manera, se genera una gran nube de humo alrededor del campamento que espanta a los insectos. Entre ellos a anopheles, el mosquito que transmite la malaria.

Una vez el fuego ha consumido las heces, los mundari untan sus cuerpos y los de sus vacas con las cenizas. Un protector natural con el que desparasitan sus pieles y forjan un vínculo de afecto único con los animales. Resulta sorprendente contemplar a los esbeltos y musculados mundari cómo acarician con delicadeza a cada una de sus vacas. Todos sumidos en una nube de ceniza en suspensión, entre la que algunos dan forma a los cuernos de sus reses empleando el filo de grandes cuchillos. La posesión de ganado determina el estatus social de cada familia y mantenerlas bellas es toda una responsabilidad.
Sin embargo, la gestión de los residuos derivados del ganado va mucho más allá. La orina de las vacas también se aprovecha como antiséptico. Jóvenes y adultos se apresuran a posicionarse bajo los cuartos traseros de las vacas cuando estas orinan para higienizar sus cabellos y de paso teñirse. Efectivamente, el uso prolongado de la urea sobre el pelo es la responsable de que muchos mundari parezcan rubios. Algo que ellos muestran con orgullo a todo aquel que visita el campamento.

Si al atardecer escuchas el tronar de un gran cuerno, no temas. Los mundari anuncian de esta forma el final del día y avisan a todos los presentes para que tomen las armas y custodien sus vacas en la noche. Son su bien más preciado y la dote que el día de mañana les permitirá casarse con una bella mujer. Uno de los grandes motivos por los que el robo de ganado provoca cientos de muertos cada año en Sudán del Sur.
Cuando un mundari fallece, es enterrado junto a su toro o vaca preferida. Porque un verdadero Mundari sigue pastoreando a sus reses incluso después de muerto, en el más allá. “¡Dapano!” “¡Buenas noches!”.