Conformada por una población de unas 350.000 personas, los toposa, al igual que sus vecinos karamajong y nyangatom, son un pueblo nilótico que pertenece al grupo étnico ateker.
Se cree que nacieron como sociedad durante el s. XVI en las montañas de Zulia, en Uganda, hoy Parque Nacional de Kidepo. Según los expertos, debido a conflictos con otros grupos étnicos y épocas de sequía, los toposa se vieron obligados a migrar en busca de un nuevo hogar hasta que se asentaron en Sudán del Sur. Concretamente en el estado de Eastern Equatoria.
Repartidos en varias aldeas alrededor de la localidad de Kapoeta, los toposa llevan una vida seminómada fundamentada en la ganadería y la agricultura. Mientras los hombres dedican su tiempo al pastoreo y la transmisión de conocimiento sobre el cuidado del ganado a los hijos varones, las mujeres son las encargadas de la construcción de las tukel. Casas y graneros hechos exclusivamente de palos, hierbas y algo de barro.

El ganado es su bien más preciado. El número de reses determina su estatus social, su riqueza y el pago de la dote que les permitirá contraer matrimonio. Algo de vital importancia para una sociedad en la que se practica la poligamia.
La escasa vegetación y el ecosistema árido en el que viven, obliga a muchas familias a moverse grandes distancias en busca de pastos. Por ello, cada vez son más los que dedican su tiempo a la extracción del oro en los lechos de los ríos, mientras los más pequeños se afanan por pescar el máximo número de peces gato antes de que llegue la noche. La gran riqueza mineral de la zona, se ha convertido en uno de los principales recursos de subsistencia para las poblaciones de la región.

A pesar de la influencia del cristianismo, siguen manteniendo muchas de sus creencias animistas. Antiguos bailes, rituales y ceremonias siguen formando parte de la vida de los toposa, quienes armados con lanzas recuerdan a sus ancestros al ritmo de la música. Una visión trascendental del origen de su pueblo, que permanece viva gracias a las personas más respetadas de cada clan: los ancianos.
Resulta imposible no quedarse boquiabierto ante las escarificaciones que adornan muchos de sus cuerpos. Un largo y doloroso proceso llevado a cabo con un garfio de madera y una cuchilla de afeitar, con los que hieren la piel para introducir en su interior trozos de cenizas y barro. Método con el que retrasan la cicatrización e inflaman los cortes hasta generar la textura deseada. Un símbolo de fuerza, respeto y pertenencia a un clan, para unos guerreros que han sobrevivido a infinidad de contiendas y que hoy nos reciben con los brazos abiertos dispuestos a mostrarnos su cultura.