
Formada por unos 30.000 individuos, esta etnia habita en la inmensidad de la meseta de Huila, muy cerca de la ciudad de Lubango. La ciudad cuya modernidad y crecimiento demográfico ha conllevado que los Handa hoy sean un vago reflejo de lo que antaño fueron. Un pueblo que siempre mantuvo una estética y unas tradiciones propias vinculadas a la naturaleza, hasta que la llegada del cristianismo eclipsó su identidad original.
Es necesario encontrarse con los Handa mayores de 50 años para experimentar un viaje en el tiempo y ser testigos de una vida lejos de la modernidad. Ancianos y ancianas que siguen portando sus flamantes collares de cuentas blancas llamados missange, sus rastas decoradas con pequeñas esquirlas de metal o las escarificaciones geométricas tatuadas alrededor del sus vientres.
Hoy las mujeres jóvenes solo portan sus missanges en las celebraciones, los ancianos son los únicos que veneran a sus ancestros practicando sacrificios para adorar la figura de su toro sagrado, su arquitectura tradicional de madera ha desaparecido con la llegada de los nuevos materiales de construcción y su faceta artística solo pervive en los patrones geométricos de sus productos de cestería.
Actualmente una modesta agricultura de subsistencia y una ganadería centrada en la crianza de cabras y corderos representan la base de su dieta. Hasta los mercados llegan las joyas, lanzas, flechas y herraduras forjadas por sus últimos herreros, así como las vasijas de las últimas alfareras Handa.
La historia de la desaparición de una cultura cuyos últimos vestigios se amalgaman cada vez más con la modernidad de la ciudad de Lubango. Será su lengua tradicional, la Nyaneka, la encargada de mantener vivo un espíritu abocado a caer en el olvido para siempre.