Con una población de unos 150.000 habitantes, los muhumbi viven dispersos a lo largo de la meseta de Huila y la cuenca del río Kunene, en la frontera sur que separa Angola de Namibia. Asentados en aldeas cuyas casas de madera y tejados de paja, se encuentran protegidas por fuertes empalizadas que protegen a sus animales domésticos, desarrollan sus vidas bajo las sombras de los baobabs.
Unos árboles ancestrales de incalculable belleza, que abastecen a los muhumbi de nutritivos frutos y de una pulpa muy sabrosa que extraen del interior de sus troncos. Con ella cocinan una pasta que representa una parte importante de su dieta y que hace las delicias de jóvenes y adultos. La vida de este pueblo agricultor y ganadero, cuya estructura familiar está fundamentada en la poligamia, no sería la misma sin la existencia de estos gigantes.
Históricamente fueron una valiente monarquía que se enfrentó con dignidad y coraje a los colonos portugueses hasta que perdieron la contienda. La llegada del cristianismo eclipsó sus creencias y borró gran parte de su cultura. Hoy todos los Muhumbi son cristianos protestantes y sin embargo, han conseguido mantener vivo un ritual que les confiere una identidad diferencial por encima de cualquier otro pueblo: el fico.
Una celebración que simboliza el paso de niños y niñas a la edad adulta y en el que las mujeres adquieren un protagonismo especial gracias a sus peinados. Unas obras de arte que atraen a fotógrafos y antropólogos de medio mundo hasta las aldeas muhumbi.
Con una destreza digna de los mejores estilistas y peluqueros, las mujeres peinan sus cabellos generando dos tipos de tocados. Uno en forma de cresta en la parte central de la cabeza y otros dos a ambos lados de sus rostros, evocando la forma de las orejas de los elefantes. Dos grandes circunferencias trazadas por los cabellos de aquellas que pronto se casarán y formarán una familia. Para perpetuar eternamente la cultura muhumbi bajo las sombras de sus queridos baobabs.