Se trata del tercer grupo étnico más grande de Eritrea cuyo nombre significa en lengua saho: aquellos que cuidan de los animales. Repartidos entre Eritrea y Etiopía, los expertos consideran que este pueblo cusita comenzó a ocupar el norte de África hacia el año 5000 a.c.
Representan al 4% de la población del país y su estructura patriarcal está fundamentada en una jerarquía de clanes, cuyos descendientes conocen al dedillo la identidad de hasta 40 generaciones de sus antepasados.
De entre todos los clanes, 3 son considerados los guardianes del reino de Saho: los edda, los kabota y los asa-bora. Los primeros de una jerarquía social acostumbrada a solventar los problemas entre clanes por medio de una reunión llamada rahbe. Una tradición en la que un saho elegido por la comunidad ostenta el título de madarra, o lo que es lo mismo, el moderador. Liderados por él, los ukal, consejo de ancianos, median entre aquellos que se encuentran enfrentados por disputas sobre los pastos, las fuentes de agua y la propiedad de la tierra. Todos menos el clan gadafur, el único que funciona de forma independiente y que además desarrolla su vida en convivencia junto a otra tribu llamada minifere.
A finales del siglo XIX, los italianos les arrebataron todas sus tierras. Desde entonces viven afincados en las bases de las colinas de Akele-Saho y Semhar, donde siguen desarrollando una vida dedicada a la agricultura y la ganadería de subsistencia. Una forma de vida que ellos mismos han reflejado en pinturas rupestres, monumentos, ruinas y alfarerías.
Para que nadie ponga en duda, que la huella de sus antepasados seguirá viva por siempre en el cuerno de África.