Con una sociedad formada aproximadamente por 100.000 individuos, los Batwa son los habitantes originarios de Ruanda. Pertenecen al grupo humano conocido, peyorativamente, como pigmeo y se cree que se asentaron en el corazón de los bosques que rodean el lago Kivu y el lago Albert hace unos 8000 años.
Llegaron los primeros pero, como tantos otros pigmeos, han sido considerados históricamente una sociedad minoritaria, marginal y discriminada. Sin acceso a propiedades, ni a representación política, ni al mundo laboral, ni al sistema sanitario y sin reconocimiento etnográfico por parte del gobierno ruandés. Los Batwa encarnan una historia profundamente triste.
De los tres pueblos que componen la sociedad ruandesa, representan únicamente el 0,4% de la población. Durante miles de años vivieron felices, haciendo lo que mejor sabían hacer: cazar y recolectar. Grandes conocedores de los secretos de la naturaleza, los Batwa sobrevivieron al paso del tiempo gracias a su sabiduría ancestral y su increíble adaptación al medio. Son los seres humanos más bajitos del planeta, con una estatura perfecta para cazar con rapidez y agilidad en el interior de la selva.
Sin embargo, su jardín del edén comenzó a desmoronarse en siglo I, cuando la etnia Hutu, pueblo bantú procedente de los Grandes Lagos, invadió su hogar. Inferiores en número, fuerza y sin un carácter belicoso, los Batwa fueron sometidos por los Hutu hasta el siglo XV, cuando procedentes de Etiopía llegaron los Tutsis. Un pueblo nilótico ganadero, que no tardó en establecer un sistema de monarquías feudales con el que controlaría el país hasta el final de la colonización belga en 1961.
Asediados por Hutus, Tutsis y colonos europeos, los Batwa mantuvieron la esperanza de poder preservar la esencia de su cultura en la oscuridad de los bosques ruandeses. Sin embargo, instauración de parques nacionales para proteger a los gorilas de montaña les despojó de sus territorios históricos para siempre. Una expropiación cruel antes de recibir la estocada que marcaría sus vidas para siempre. En 1994, durante el genocidio ruandés, el 30% de los Batwa fueron asesinados.
Hoy los Batwa viven de la agricultura y la alfarería de subsistencia. Sumidos en la pena, muchos han caído en una espiral de alcoholismo sin salida, que les lleva incluso a ofrecerse como mano de obra a cambio de un par de tragos y algunos cigarrillos. La última calada de una etnia maravillosa cuyo valor nadie supo entender a tiempo. El suspiro final de los señores del bosque.