Dispersos a lo largo de inmensas llanuras salpicadas por arbustos espinosos, los pokot, esa etnia que parece vagar sin rumbo acompañada de sus vacas, cabras y ovejas, nos recibió con los brazos abiertos en el extremo norte de Uganda. Una región psíquicamente azotada por las atrocidades cometidas durante años por los rebeldes del LRA y que hoy mira hacia el futuro con la esperanza de salir adelante.

Un pueblo perdido en medio de una nada que se expande hacia el infinito tras deslizarse por la ladera este del Monte Elgon. Ese volcán durmiente de más de 4000 metros de altitud, cuya cima domina el paraje en el que este pueblo construye sus hogares circulares de adobe bajo modestos tejados de paja. La forma de vivir de una sociedad anclada en el pasado de aquellos ancestros de la etnia kalenjin, que durante un milenio se entremezclaron con pueblos nilóticos y cusitas hasta dar a luz en el siglo XV a nuevas culturas entre las que aparecieron los pokot.
Hoy es el día en el que los más de 900.000 pokot viven repartidos entre Kenia y Uganda, portando sus últimos collares tradicionales cuyas cuentas resuenan sobre sus hombros al ritmo de la trashumancia. De los cusitas heredaron el tabú para comer pescado y de los bantu los conocimientos ganaderos. Sabiduría imprescindible esta última para sobrevivir en un ecosistema tan hostil.

Si decides partir en su busca, te toparás con una cultura que se desvanece. Que parece esfumarse empujada por los vientos que levantan el polvo de la árida tierra sobre la que estos esbeltos pastores protegen y alimentan a sus animales. Te sentirás afortunado de poder pasar la noche acampado frente a una de sus casas, encargado de mantener vivo el fuego que mantendrá alejadas del ganado a hienas y leones. Y tratarás de conciliar el sueño, antes de que la llegada del nuevo día invite a las cigarras a cantar y a los pájaros tejedores a transformar el silencio en alboroto.
Siempre y cuando la inquietante risa de las hienas moteadas no te obligue a mantenerte despierto, mientras un anciano pokot apostado con su rifle junto a tu tienda te observa con complicidad. La mirada de alguien que sabe que no existe depredador más peligroso que aquel que camina sobre dos patas.
Texto: Aner Etxebarria
Fotografías: Toni Espadas
Dejar un comentario