Cuenta la leyenda, el mito o simplemente la historia de un tiempo pasado, que un sultán depositaba cada año un plato lleno de avena a las puertas de su palacio, para que las hienas que vivían en los alrededores de la ciudad de Harar acudieran a degustarlo. En función de los restos que encontraba a la mañana siguiente, el noble vaticinaba el porvenir de su pueblo. Predecía si las cosechas serían abundantes, si las lluvias regarían los cultivos durante las fechas previstas o si sus súbditos gozarían de salud y prosperidad.
Ha pasado mucho tiempo desde que aquel sultán hizo su última ofrenda a las hienas de la cuarta ciudad santa del islam. Sin embargo, los habitantes de esta urbe amurallada y las hienas de la región decidieron que esta tradición jamás cayera en el olvido.
Hoy son muchas las familias Oromo que celebran anualmente el Aw Nugus. Un ritual en el que las mujeres cocinan una gran cantidad de avena que se deposita frente a las puertas del hogar, a la espera de que esa noche las hienas acepten la ofrenda con gusto y apetito. De la satisfacción de los salvajes comensales, dependerá el porvenir de esas familias cuyos ancestros sirvieron al sultán que prendió la llama de la amistad con estos temidos carroñeros.
Podría parecer que se trata de una historia inverosímil propia de la ciencia ficción. Sin embargo, lo cierto es que de entre todos los ciudadanos de Harar, hay uno cuyo relato supera con creces la historia del sultán. Se trata de Yusuf Mumé Salí o como todos le conocen en Harar, el “Warebahemba”: “El Superviviente”.
Yusuf era solo un bebé cuando su madre decidió llevarlo consigo a cosechar khat. Esa planta que todo el mundo masca en Harar y que transporta a sus consumidores a un estado de exaltación llamado markana. Envuelto en una manta, Yusuf iba sujeto contra la espalda de su madre observando la vegetación, cuando el gorrito rojo que llevaba sobre su cabeza se desprendió.
Rápidamente ella posó a Yusuf en el suelo y se separó del pequeño por un instante para recuperar el gorrito. Fue entonces cuando una hiena salió de la espesura y atacó al bebé, hiriéndole de gravedad en la cabeza y el vientre. Afortunadamente sobrevivió para contarlo aunque guardaría un gran temor a las hienas para el resto de sus días. Hasta que el destino quiso que retomase el legado del sultán.

Con el paso del tiempo Yusuf creció, se casó y formó una gran familia. Siempre perseguido por el traumático recuerdo del ataque que estuvo a punto de arrebatarle la vida. Hasta que una mañana descubrió que las hienas habían escarbado junto a la pared tras la que dormían sus hijos. Dedujo que habían vuelto para vengarse. Para cobrarse la vida que no pudieron quitarle cuando era un niño. Y se dispuso a encontrar una solución original.
Contactó con un amigo carnicero para que le abasteciera diariamente de toda la carne podrida que sobrase en la carnicería. Desde entonces, cada noche aguarda en la entrada de su casa con dos cestos llenos de carne y al grito de “¡Allati!”, “¡Funyamurei!”, “¡Chaltu!”, “¡Chala!» o “¡Willy!”, atrae a las hienas hasta las puertas de su hogar. Les ofrece alimento a cambio de paz. Y hoy es el día en el que sus enemigas, se han convertido en parte de su familia.
Resulta espectacular ver a Yusuf sostener entre sus dientes un palito de 10 centímetros sobre el que cuelga los trozos de carne y como las hienas se alimentan de ellos, llegando a rozar con sus fauces el rostro del Warebahemba. Sin temor a que vuelvan a herirle, demostrando que la convivencia entre humanos y depredadores es posible y que al igual que lo creía el sultán, un futuro junto a las hienas será un futuro mejor
“Las hienas son los animales que amo.
Cuando una de ellas muere mi corazón se rompe
y siento una gran tristeza”Yusuf Mumé Salí
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