¡NDEGULE!
Si alguna vez en tu vida visitas la Reserva Nacional de Niassa, en el extremo norte de Mozambique, y escuchas estos gritos: ¡Ndeguleeeeee! ¡Eeeeeee! ¡Ndeguleeeeee! ¡!Brrrrrrr! ¡Brrrrrrr! ¡Yiaaaah! ¡Ndeguleeeeee! Quiere decir que te encuentras caminando junto a varios recolectores de miel de la etnia ajaua. Aquellos que mantienen una relación de simbiosis única con un pequeño pájaro llamado Sego, conocido coloquialmente como el pájaro indicador, con el que trabajan en equipo para encontrar el apreciado oro líquido creado por las abejas en el interior de los árboles. Toda una aventura en busca de un pequeño tesoro escondido en un ecosistema del tamaño de Suiza.
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos, porque esta historia necesita contarse desde sus orígenes. Solo así podrá uno apreciar el valor antropológico que encarnan estos recolectores que viven en uno de los lugares más remotos de África.
Cuenta el escritor Herbert Friedmann, en su libro The Great Honeyguide, que en el siglo XVI un misionero portugués dejó constancia de que un ave de pequeño tamaño acudía constantemente hasta el altar de su iglesia para alimentarse de la cera de sus cirios. Se trataba de un pájaro del tamaño de un gorrión, con alas jaspeadas y pecho pardo al que los ajauas que vivían en la zona llamaban Sego. Una de esas pocas aves que necesitan de la cera para llevar a cabo la digestión y que tiene por costumbre aliarse con el ser humano para conseguirla. Un pacto salvaje que perdura hasta nuestros días.
Raimundo y Mussa, dos ex-veteranos de la guerra de Mozambique, dos recolectores de miel, dos ajauas orgullosos de su cultura, pero sobre todo dos amigos. El primero formó parte de la unidad antiaérea y el segundo combatió en infantería. Las cicatrices de las piernas de Mussa, dan buena cuenta del ataque del cocodrilo al que sobrevivió cuando se vio obligado a cruzar las aguas de un río en plena contienda. Y junto a ellos, Caido, el tímido nieto de Raimundo. Aquel que heredará los conocimientos de su abuelo, manteniendo vivo el legado de aquellos que se comunican con un pájaro para descubrir el lugar en el que se esconde la miel.
Con las primeras luces del alba, los tres se adentran en la sabana hasta detenerse en un punto que consideran propicio. Observan los alrededores en silencio y Mussa comienza a gritar: ¡Ndenguleeee! A lo que Raimundo responde: ¡Brrrr! Y Caido silba con fuerza un pitido cuyo eco se pierde en la inmensidad. Durante aproximadamente 5 minutos repiten la llamada hasta que de pronto, Sego aparece volando de forma errática y se detiene frente a ellos sobre la copa de un árbol seco. El ave comienza a emitir un intermitente brrrr, brrrr, brrrr y levanta el vuelo. Raimundo, Mussa y Caido se apresuran a seguirle a la carrera sin dejar de gritar, para que el ave no pierda la comunicación con sus compinches.
Tras casi una hora de caminata bajo un sol abrasador, Sego se posa en silencio sobre una rama. Los tres recolectores insisten en gritarle y sin embargo el ave evita responderles. Es la señal de que se encuentran frente al árbol en el que se esconde la miel que estaban buscando. Detectado el orificio del tronco por el que entran y salen las abejas, los ajauas acercan una antorcha para que la mayoría de los insectos abandonen la colmena. Ayudándose de un hacha, Mussa arpa la madera e introduce sus manos, sin protección alguna, para extraer con cuidado los panales. Siempre con delicadeza, sin herir a la abeja reina y evitar los picotazos de cientos de súbditas dispuestas a dar la vida por su monarca. Mientras tanto, Raimundo y Caido le ayudan a depositar los panales sobre un trozo de corteza que emplean a modo de bandeja improvisada. Todos en silencio, incluido Sego que observa el proceso desde lo alto de un árbol cercano.
Terminada la recolección, los tres ajauas emprenden la vuelta a casa no sin antes dejar tres panales sobre una rama como forma de pago a su amigo Sego. El pequeño pájaro desciende del árbol y degusta la cera mientras Raimundo, Mussa y Caido se pierden en la sabana. A la espera de que llegue un nuevo día y los ajauas se adentren en la sabana para gritar de nuevo: ¡Ndeguleeeeeee! Porque es así como se conoce a este ave en lengua ajaua.
Aner Etxebarria
“Si no compartiésemos la miel con nuestro amigo el pájaro indicador,
él dejaría de guiarnos hasta las colmenas salvajes.
Es nuestro amigo y debemos respetarlo.”
Raimundo Saide
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