Foto de portada: Puerta de No Retorno, edificada en el año 2000.
Viaje por la capital histórica de Benín
Un recorrido a pie desde el centro de la población hasta el mar, a imagen y semejanza del itinerario que completaban los esclavos durante tres siglos.
El silencio resulta atronador. El sosiego costero queda rasgado por sonidos del pasado. Entre humedad ambiental y pistas de guijarros, crujidos de huesos y cadenas que, chirriantes, se arrastran por el suelo. El horror del encadenamiento de millones y millones de personas que abandonaron su África natal en forma de ruido. De pesadilla. Pura angustia. El ensoñamiento parece real.
Aplastado por el sol de mediodía y agitado todavía por estos pensamientos, avanzo más allá del antiguo mercado de esclavos de Ouidah, Benín, en pleno Golfo de Guinea, al tiempo que imagino las condiciones de estas personas. Me dispongo a recorrer los casi 5 kilómetros que van de aquí al mar.
El doloroso recuerdo de Francisco Félix de Souza, Chachá, se muestra presente en las numerosas rotulaciones en portugués de las casas locales.

Este nombre queda asociado de manera activa al tráfico de esclavos de las costa de África Occidental, entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX.
En la famosa plaza Chachá, la “subasta humana” fue el pan nuestro de cada día durante demasiado tiempo.
Pero De Souza no fue el único. Numerosos estudios arrojan luz de una de las migraciones forzosas más dolorosas de la Historia. Millones de seres humanos (entre 15 y 18, según diferentes fuentes) dejaron su África natal (entre el siglo XVIII y el XIX) para, en un camino sin retorno, convertirse en mano de obra para las plantaciones americanas. Un triángulo mortífero donde comerciantes europeos compraban personas a mandatarios locales africanos para trabajar en el “Nuevo Mundo”.
Estos pensamientos me agitan la conciencia en torno al paseo de unos cinco kilómetros, los mismos que enlazan la citada plaza con la playa y la Puerta de No Retorno. Un símbolo en forma de arco que recuerda a todos los africanos que se embarcaban para no regresar.
El prestigioso historiador Marcus Rediker en su “Barco de Esclavos”, va más allá y desmenuza las condiciones de vida a bordo de estas personas a través del Atlántico, “unas prisiones flotantes rodeadas de tiburones”.
Sigo avanzando por este camino tan bello como desgarrador. A mi paso, los chiquillos me miran en una mezcla de curiosidad e indiferencia. En el denominado “Árbol del olvido” me vuelvo a detener. Los esclavos, siguiendo una tradición vudú, daban vueltas alrededor del mismo (nueve los hombres y siete las mujeres) antes de embarcar. Con la única intención de olvidar el pasado. De dejarlo todo.
A pocos metros, un latigazo recorre mi espalda. En un terreno baldío, con la única posesión de un monumento poco agraciado, “la casita negra” o la Casa Zamal. En este paseo infernal que os estoy contando, los esclavos, camino de los barcos que les llevarán al “Nuevo Mundo”, permanecían en este habitáculo sin luz y hacinados, con la única misión de esperar el traslado y acostumbrarse a las nuevas condiciones de vida.
Oumar, mi compañero en esta experiencia por Benín, sigue hablando de este holocausto al aire libre, cada vez más emocionado. Al tiempo, señala otro emplazamiento aparentemente anodino. Ambos nos derrumbamos al descubrir que se trata de una fosa común. Cruel final para los que no resistían este peculiar viaje.
El camino hacia la costa se endurece. Más allá del calor, ahora sí ya asfixiante, la Historia, la terrible Historia, paraliza cuerpo y mente. Unas lagunas jalonan el paso. El último baño de los esclavos antes de embarcar.
Al final de la pista, la Puerta de No Retorno. Un símbolo arquitectónico construido en el año 2000 que corona este camino junto al mar. Recuerdo de la migración forzada. De todo lo que la Humanidad puede depararnos cuando no hay, precisamente, Humanidad.
A escasos metros del arco, con los pies hundidos en la arena, me acuerdo de Ouidah, pero también de la isla de Gorée en Senegal o del castillo de Cape Coast en Ghana. De las familias de esclavos. De uno de los episodios de la Historia más terribles del mundo.
Allí, con el mar meciendo al horizonte, el ruido de cadenas se hace presente en un silencio que suena atronador.
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